jueves, 18 de noviembre de 2010

Cap16-mva

Capitulo 16
BELLA POV
Tomé nuevamente aire para enfundarme ánimos. Estaba parada frente a la oficina del rector con mi nueva renuncia, por así decirlo, de mis tres años de abogacía. Este era un paso muy grande para mí, uno grande hacia mi propia vida, y uno grande que me alejaba de James. Era algo difícil.
-Bella, la puerta no se abrirá con el poder de tu mente- bromeó Edward detrás de mí.
-Cállate, idiota- murmuré sin despegar mi vista de la plaqueta con el nombre del director.
Lo escuché reírse, luego sus brazos apretándose en mi cintura. Me estrujó contra su pecho y yo respiré tranquila.
Agradecía el apoyo de Edward en estos momentos. Si hubiera estado sola ya me habría marchado corriendo. Bueno, también lo intenté cuando él estaba, pero me detuvo a mitad de mi huída.
Giré sobre sus brazos y apoyé mi cabeza en su hombro. Aspiré su arome el cual me tranquilizaba aun más.
-Puedes hacerlo, Bella- murmuró él acariciando mi espalda.
-Es difícil- dije con un lloriqueo.
-Lo sé- se corrió un poco para mirarme-. Para eso estoy aquí- le sonreí agradecida y besé sus labios rápidamente.
Edward podía ser un bastardo la mayoría del tiempo. Pero cuando estaba conmigo era diferente y yo apreciaba estos momentos. Su apoyo incondicional de ahora era gratificante y hacía que mi cuerpo se llenara de una extraña sensación de paz y calor. Un calor muy diferente a la lujuria.
Me aparté nuevamente de sus brazos y miré la condenada puerta. Esta pareció suspirar y erguirse como intimidándome para que diera media vuelta y me marchara corriendo. Ahora me parecía más grande que veces anteriores.
Genial, estaba teniendo alucinaciones con una puerta inanimada.
-¿Bella?- me llamó alguien.
-Mierda- gruñí en voz baja antes de girarme hacia mi compañera de clases-. Hola, Jessica.
-¡Bella!- gritó al reconocerme-. Vaya, hacía tiempo que no te veía… por cierto, hemos tenido examen y…
-Lo sé- le detuve el torrente de palabras. Esta mujer hablaba hasta por los codos.
-¿Entonces por qué no has venido?- cuestionó inclinando su cabeza con fingida inocencia.
Pero yo podía ver la chispa de curiosidad en sus ojos. Estaba completamente atenta a cualquier chismerío, por más mínimo que fuera.
-Voy a… dejar el curso- solté en voz baja.
-¡¿Qué?- gritó abriendo sus ojos enormemente- ¿Por qué? Eres una de las mejores estudiantes. Además de que eres perfecta como abogada….
-Me di cuenta de que no es lo mío- me encogí de hombros-. No estaba siendo sincera conmigo misma- mis ojos fueron hacia Edward, quien me sonreía satisfecho.
Jessica miró hacia donde yo lo hacía y reparó la presencia de Edward.
Nuevamente me encontré molesta. Y celosa.
Jessica optó una postura muy parecida a la puerta. Su espalda se alineo y sus enormes pechos se apretaron contra su camisa. Tiró su pelo detrás de sus hombros y sonrió seductoramente a mi jefe-novio. Pude ver la diversión en los ojos de Edward.
-¿Quién es él, Bella?- su voz estridente ahora sonó baja, intentando parecer sensual.
-Mi novio- gruñí enfatizando ambas palabras.
-¡Oh! No sabía que tuvieras uno- me miró y luego a Edward-. Jessica Stanley- le ofreció su mano.
-Edward Cullen- respondió él estrechándola.
-Un placer conocerte, Edward- ronroneó la muy perra.
-¿Y qué estás haciendo, Jessica?- pregunté tomando la mano de Edward y entrelazando nuestros dedos.
-¿Qué? ¡Ah!... Venía a entregarle un comunicado al rector- volvió sus ojos a los míos y me enseñó una hoja.
-Adelante. Yo te sigo- moví mi mano hacia la puerta, dándole el paso.
Ella miró una vez más a Edward y se giró hacia la puerta. Toco un par de veces y esperó a que el rector le diera el permiso. En cuanto lo hiso entró y dejó la puerta abierta. Tomé aire y caminé hacia la entrada… pero no llegué muy lejos.
Edward tiró de mi mano y me enroscó en un nuevo abrazo y beso.
-Te ves aun más hermosa cuando estás celosa- susurró contra mi oído.
-No estoy celosa- gruñí y giré para retirarme.
Antes de cerrar la puerta escuché sus carcajadas. La secretaria me miró y arqueó una ceja. Le sonreí tímidamente y me acerqué a ella.
-¿Está el señor Banner?- le pregunté a la vieja secretaria.
-Ahora mismo está ocupado con la señorita Stanley. Puedes sentarte ahí y esperar- señalo unas sillas de aspecto incomodo pegadas a la pared.
-Gracias- mascullé ante la poca y mala atención de la señora.
En vez de sentarme me quedé de pie, caminando por la pequeña oficina. Los nervios se hacía cada vez más molestos y no ver a Edward me ponía peor. Para mi suerte la puerta se abrió y Jessica salió, me miró y me sonrió. No quise pensar en lo que pasaría cuando se encontrara con Edward… y estuvieran a solas…
-Demonios- gruñí y avancé hacia la oficina del rector.
Este se encontraba leyendo unos papeles detrás de su enorme escritorio de algarrobo. En cuanto entré levantó su mirada hacia mí y me sonrió ampliamente.
-Pero si es mi alumna favorita- canturreó dejando los papeles y levantándose.
-Hola- mi voz apenas era audible.
Mis manos sudaban y se retorcían nerviosamente. Antes de estirar mi mano, la limpié en mi pantalón y la estreché con la del rector.
-¿A qué se debe tu visita?- preguntó al tiempo que volvía a sentarse.
-Yo… umm… bueno- aclaré mi garganta-. Yo he venido, porque…. Dejaré el curso.
El rector abrió sus ojos marrones por la sorpresa. Se me quedó mirando por unos minutos, comenzaba a preocuparme ya que no parecía estar respirando. En cuanto abrí mi boca para preguntar él me interrumpió…
-¿Por qué?- preguntó con incredulidad-. Eres la mejor estudiante que tenemos en esa área, y en casi toda la universidad. Tus notas son increíbles y respetables ¿Por qué quieres tirar estos tres años a la basura?
-Porque me di cuenta que no era lo mío- dije suspirando-. Realmente me lamento esto, pero creo que es mejor que lo deje y siga con lo que realmente quiero.
-¿Y qué es lo que quieres, Isabella?- su voz sonó dura. Parecía que mi decisión no le había agradado en lo absoluto.
-Quiero estudiar literatura- sonreí ampliamente.
-¿De abogada a escritora?- cuestionó con una ceja alzada. La última profesión había sonado como un insulto-. Isabella, creo que deberías de pensar mejor las cosas… ya sabes, abogada es tu mejor opción…
-No- dije de manera tangente-. Quiero ser escritora.
-¿Entonces porque escogiste abogacía?- inquirió sin comprender.
-Fue para… fue una promesa- dije en voz baja, bajando mi vista-. Una promesa a alguien muy preciado para mí.
Escuché la rector suspirar pesadamente, luego el sonido de su silla correrse. Todo el mundo me la estaba poniendo difícil. Yo tampoco quería dejar mi curso, pero Edward tenía razón, era hora de caminar hacia adelante y dejar a los muertos atrás, solo guardar los buenos recuerdos… pero era tan difícil.
-Bien- dijo el señor Banner. Levanté mi vista-. Puedes dejar el curso y prepararte para el que quieras.
-¿De verdad?- pregunté tontamente.
-Si- me sonrió-. Es tu vida después de todo, nosotros los adultos solo estamos para encaminarlos, ya que ustedes elijan un camino diferente al que les sugerimos no significa que sea el errado.
-Gracias- dije con una enorme sonrisa.
-Prepárate para los exámenes, serán dentro de dos meses- dijo con tono autoritario.
Asentí y salí corriendo de la oficina, no miré a la secretaria, simplemente seguí corriendo hasta toparme con Edward, lo abracé fuertemente. Él se tambaleó un poco y me rodeó con sus brazos.
-Supongo que te ha ido bien- murmuró acariciando mi cabello.
-Me ha dicho que puedo presentar los exámenes de admisión- le comenté separándome de él.
-Te felicito- me sonrió y tomó mi rostro en sus grandes manos.
Me puse de puntillas y besé sus labios suavemente. Mi intención era simplemente un beso casto, pero Edward tenía otras intenciones. Su mano se enterró en mi cabello y me apretó contra su boca, mientras su lengua se abría paso entre mis labios.
Un gemido escapó de mi garganta muriendo dentro de la boca de Edward. Instintivamente rodeé mis brazos en su cuello, pegando nuestros cuerpos.
-Vayamos a casa- dijo entre besos-. Así… podremos festejar esto…
Sus manos se movían en mi espalda y cada vez se bajaban más, sus dedos rozaban mi trasero, lo apretaban suavemente, masajeándolo por sobre la tela…
-Edward- logré decir cuando su boca abandonó la mía-. Debemos parar…- era una sensación tan agradable sentirlo, que poco a poco estaba perdiendo la cordura.
Un fuerte carraspeo retumbó en el pasillo, haciendo que me sobresaltara y empujara a Edward lejos de mí. Mi respiración aun estaba agitada y sentía mis mejillas arder por la vergüenza de que nos descubrieran tan mimosos. Los brazos de Edward volvieron a rodearme, pero esta vez era de manera posesiva. Lo miró con curiosidad, pero él no me devolvió la mirada, sus ojos verdes estaban clavados en la persona que nos había descubierto.
-Si el rector los descubre te castigará, Bella.
Reconocí esa voz al instante. Me giré para comprobar que realmente era él. Y así lo era…
Jacob estaba parado a pocos metros de nosotros, mirando a Edward con la misma ferocidad que él.
-Jake- murmuré sonriendo.
-Hola- saludó y entró en la oficina.
Me quedé viendo como su enorme cuerpo entraba en aquella pequeña habitacion. Luego la puerta se cerró, sonando fuertemente.
-Vámonos- dijo Edward tomando mi mano y tirándome a que caminara.
Hacía tiempo que no veía a Jacob y sabía que él estaba molesto conmigo. Estaba enfadado porque sabía de mi noviazgo con Edward. Eso me hiso recordar lo culpable que me sentía. Jacob había sido un amor conmigo, un verdadero compañero, sin embargo yo había preferido a Edward.
Era verdad que Edward me había obligado o puesto una condición para que nosotros fuéramos pareja. Pero yo había comenzado a sentir cosas por Edward desde antes que él me lo propusiera. Y también me había dicho a mi misma de estancar esos sentimientos y utilizarlo como él a mí.
-¿Pasa algo?- su pregunta me sacó de mis cavilaciones.
-No, nada- segué lentamente.
-¿Entonces por qué estas tan callada?- preguntó dejando de caminar.
-Solo… solo estaba pensando- desvié mi mirada, no quería enfrentarlo.
-¿En ese?- cuestionó con dureza.
-No- negué rápidamente, sabía que si comenzábamos a hablar de Jacob sería para una nueva discusión, y realmente no tenía deseos de discutir con él-. Solo pensaba en lo que hice hoy.
Edward frunció el ceño, podía notar que él no me creía del todo. Se apoyó contra el auto y esperó a que yo continuara hablando.
-Vamos, Edward- suspiré pesadamente- ¿Puede haber un día en el que no discutamos?- pregunté casi rogando.
-Solo quiero que me digas la verdad.
-Te la acabo de decir.
Cerró sus ojos y murmuró algo en voz baja, luego me tomó en brazos y me estrechó contra su amplio y cálido pecho. Rodeé su cintura con mis brazos… el bello momento terminó abruptamente cuando su celular comenzó a sonar.
Sin despegarme de su abrazo tomó su movil y lo atendió.
-¿Si?- habló con un gruñido, sabía que a Edward le molestaba cuando nos interrumpían-. Bien, enseguida vamos.
Cortó la llamada y besó el tope de mi cabeza.
-Tenemos que irnos- dijo separándome y abriendo la puerta del copiloto.
-¿Pasó algo malo?- pregunté antes de entrar.
-No, para nada- me sonrió y me robó un beso.
Subió al auto y viajamos a toda velocidad hacia la oficina, como siempre me aterraba su loca manera de conducir. Solo nos tomó cinco minutos llegar al edificio. Para mi sorpresa todo el mundo se encontraba afuera. Bajé por mi cuenta y me acerqué a Emmett y Jasper.
-¿Qué sucede?- pregunté con miedo. Que todos estuvieran esperando a que Edward llegara no era algo bueno…
-Nada, solo estamos esperando a… ¡Oh! ¡Ya llego!- chilló Emmett como niño pequeño y salió corriendo.
Un coro de "oooooh" sonó mientras los hombros corrían hacia donde Emmett había ido. Un suave, pero potente, ronroneo avisó que un auto se acercaba. Mis ojos se abrieron desmesuradamente al ver un hermoso Aston Martin Vanquish negro estacionar frente al edificio. Un hombre con traje se bajó y le ofreció las llaves a Edward.
-El señor Aro se lo manda- dijo el hombre.
Edward sonrió ampliamente y se acercó al auto. Era hermoso, todo negro con detalles plateados, tan sexy. Edward pasó una mano por la brillante pintura antes de abrir una puerta y entrar dentro…
-¿Por qué se lo ha regalado?- le pregunté a Jasper, quien estaba a mi lado.
-¿Por qué?- preguntó sorprendido- ¿acaso no lo sabes?
-¿Saber qué?- respondí con otra pregunta.
-Hoy es el cumpleaños de Edward.
-¡¿Qué?- grité llamando la atención de todos, menos la de Edward. Él aun seguía embelesado con el auto.
Eso me enfureció, no entendía como podía no haberme dicho algo tan importante como la fecha de su cumpleaños. Me acerqué a él empujando a todo lo que se ponía en mi camino.
-¿Por qué no me lo dijiste?- exigí saber haciendo que me mirara.
-Nunca preguntaste- se encogió de hombros.
-¡Edward!- grité enojada-. Debías de decírmelo.
-Bueno, ya lo sabes- se encogió de hombros y levanto las llaves delante de mis ojos- ¿vamos a dar un paseo?
-¿Eh? ¡Oye! Como tu hermano mayor y tú mejor amigo nos debes una vuelta primero- exclamó Emmett.
Luego todos comenzaron a hablar a la vez con respecto a quien debería ir primero y estrenar el nuevo auto del jefe. Aproveché toda esa distracción para retirarme e ir a comprar el regalo de Edward.
No tenía demasiado dinero en mis bolsillos, pero había estado ahorrando con lo que Edward me pagaba. Pero me había dado cuenta, mientras caminaba por las calles, que no tenía idea de que regalarle. Edward lo tenía todo. Casa, auto, ropa, zapatos. ¿Qué mierda iba a poder regalarle yo?
Suspiré pesadamente y seguí con mi búsqueda. Pasé por una joyería, las cadenas y anillos para damas me detuvieron, eran hermosas, pero a mí no me gustaban esas cosas tan ostentosas.
-Pero quizás a Edward si…- dije al tiempo que entraba en la tienda. Estaba un poco vacía, solo habían dos personas. Mujeres.
-¿En que la puedo ayudar señorita?- preguntó una joven rubia con una sonrisa complaciente.
-Estoy buscando un regalo…- murmuré viendo a las mujeres mirarme de arriba abajo.
Parecían las típicas mujeres ricachonas con complejidad a alguien que no se vestía con ropas de seda o reconocidos diseñadores.
-¿Hombre o mujer?- preguntó la dependienta.
-Hombre.
-¿Buscas algo en específico?
-Realmente no lo sé- me sonrojé ante no saber los gustos de Edward.
-Bueno… ¿Qué te parece ver anillos?- me preguntó caminando hacia una vidriera con cajillas llenas de anillos.
Me acerqué a ella y las observé a todas. Eran muy hermosas y estaba segura de que quedarían perfectos en los largos y finos dedos de Edward, pero no me terminaban de convencer. Cada anillo lo imaginaba en uno de sus dedos, pero un escalofrío me recorrió a que él tomara mi regalo como una confesión de mi parte…
-¿Tienen relojes?- pregunté mirando la tienda.
-Sí, sígueme- pidió y caminó hacia otra vidriera.
Esta, al igual que los anillos, estaba repleta de relojes de todas las marcas en sus respectivas cajitas. Todos eran hermosos y sabía que se verían muy bien en las muñecas de Edward, estaba teniendo pequeños debates de cual comprar, hasta que uno llamó mi atención poderosamente.
Era enorme y lujoso, ostentoso pero refinado. Inmediatamente la imaginé en la muñeca de Edward, quedaría perfecto. Era hermoso. Su maya era de cuero blanco y lo demás era plateado, tenía incrustado pequeños diamantes y los números eran romanos. Era perfecto.
-Quiero ese- señalé el reloj- ¿Cuánto cuesta?
-Cuenta setecientos mil dólares- dijo la dependienta con una enorme sonrisa.
Creo que en ese momento un ojo se cayó de mi cara y mi mandíbula se desencajaba completamente. De seguro había escuchado mal. Un reloj no podía costar tan caro ¿o si?
-¿Perdón?- pregunté sin aliento.
-El reloj cuesta setecientos mil dólares, señorita- deletreó cada parada como si hablara con un deficiente mental.
-Oh, bueno… eso es… un poco caro- dije rascando mi nuca.
-Sí, es uno de los mejores y puedo estar segura de que a su novio le encantará.
-¿Cómo sabes…?- dejé la pregunta a medias.
La chica se encogió de hombros y sacó el reloj.
-Se la nota muy nerviosa y dudo que aun padre o hermano se le regale esto- dejó la cajita sobre el vidrio y me miro- ¿Se lo envolvemos?
.
Setecientos mil dólares que me dolieron mucho. Prácticamente tuve una guerra de fuercitas con la dependienta por la tarjeta, una tarjeta que nunca había usado, Edward me la había regalado, no tenía límites la tarjeta, por lo que muchas veces me tentaba en gastarla en cualquier cosa.
Bueno, ahora mismo yo la había gastado con un súper reloj para mi novio que hoy cumplía años.
Entré al edificio saludando a los guardias y porteros, y entrando al ascensor, en ese momento comenzó a entrarme el nerviosismo. ¿Y si a Edward no le gustaba? ¿Y si se enojaba por el regalo? Bueno… no se había enojado con el Aston Martin y ese sí que valía más que cinco relojes….
Entré al departamento, la tele estaba encendida lo que decía que Edward estaba en casa. Al parecer se había tomado el día libre.
Caminé con miedo hacia la sala, y estaba en lo correcto allí se encontraba él. Sentado y mirando una película. Me quedé parada mirando su nuca. Aferre el regalo en mis manos y estuve muy tentada de salir corriendo y devolverlo de no ser porque me descubrió.
-Swan ¿Dónde te metiste?- preguntó sin mirarme.
No contesté, simplemente me acerqué a él y dejé el pequeño paquete en sus piernas. Miró el paquete y luego mis ojos.
-¿Qué es esto?- arqueó una ceja.
-Ábrelo- susurré señalando el paquete.
Sus manos se movieron y rompieron el paquete, para luego sacar la cajita negra. Tomó la caja y la abrió, sus ojos se ampliaron por la sorpresa cuando descubrió el reloj. Mis mejillas se tiñeron y automáticamente tapé mi cara avergonzada.
-¿Me compraste…? ¿Es para mí?- lo escuché preguntar con sorpresa e incredulidad.
-Es tu cumpleaños ¿no?- dije intentando sonar indiferente, pero el que tapara mi rostro y mi voz temblaba no convencía a nadie.
Quité mis manos para seguir viendo su reacción. Edward se había colocado el reloj y lo acariciaba con sus largos y finos dedos. Sus ojos tenían un extraño brillo junto con una leve sonrisa en sus labios.
-Es hermoso- dijo viéndome-. Muchas gracias.
-Yo...umm… de nada- me avergoncé aun más-. Feliz cumpleaños.
Su sonrisa se amplió aun más, tomó mi mano y tiró de mí hasta sentarme en sus piernas.
-Este ha sido el mejor regalo de todos- murmuró muy cerca de mis labios.
-No es nada comparado con un auto- dije con un poco de celos. Nadie jamás podría superar al Gran jefe.
-Todo lo que viene que ti es mejor que cualquier cosa- dijo antes de besarme.
Su boca se movía lenta y suavemente contra la mía. No había apuros, solo nos dedicamos a saborearnos por un rato largo, hasta que necesitamos aire. Se separó y repartió besos por toda mi cara.
-Ha sido hermoso, pero ahora me gustaría abrir mi próximo regalo- murmuró mirándome con picardía.
-¿Qué próximo regalo?- fruncí el ceño sin comprender.
Sus ojos se movieron hasta mi pecho izquierdo, bajé mi viste y encontré el pequeño moño rojo que venía junto con la bolsa. No pude evitar reírme.
-¿Yo soy tu próximo regalo?- pregunté arqueando una ceja y pasando mis brazos por su cuello.
-El tenerte a mi lado es un regalo- murmuró dulcemente.
Sus palabras me dejaron atónica. Completamente paralizada en sus piernas. Sabía que Edward era tierno y dulce cuando estaba conmigo, pero esto era nuevo para mí, o más bien… viejo, yo sabía que eran estos sentimientos que se abrían paso por mi cuerpo, sabía lo que sus palabras y ojos me trasmitían y yo no quería sentirlo. No quería que él me enamorara… no era justo para ninguno de los dos.
Sin embargo no podía negar lo bien que me hacía sentir. Lo bien que se sentía volver a ser amada. Lo bien que se sentía que los sentimientos me barrieran por completo… Con miedo busqué los labios de Edward, tratando de así despejar mi cabeza y olvidarme de todo.
Edward me correspondió de manera inmediata, besándome con hambre, de forma demandante. Sus manos se volvieron urgentes y frenéticas, comenzaron a quitarme la ropa, tirándolas con brusquedad hasta romperlas. Mis manos no se quedaron atrás, buscaron sus prendas y las destrozaron con la misma intensidad.
Acaricié su pecho desnudo lo arañé y apreté con mis dedos. Mi boca se separé de la suya y besó húmedamente su cuello, lamiendo y mordisqueando todo a su paso. Me sentí poderosa al escucharlo gemir mi nombre. Sintiéndome como su dueña seguí besando su cuello, hasta llegar a sus hombros, pasando por su clavícula y dejé que mi lengua se deslizara por su pecho. Sonreí cuando siseó al sentir mis dientes apretando se pezón. Seguí mi camino hasta su ombligo y lamerlo.
-Ya…para…- jadeó tomándome en brazos-. No puedo soportarlo más.
Sonreí y comencé a desabrochar mis pantalones, mientras Edward hacía lo mismo. Él terminó rápidamente, mientras yo disfrutaba de verlo sufrir un poco. Su erección estaba hinchada, roja y mojada. Soltó un gruñido y arrancó mis pantalones, junto con mi ropa interior.
Tiró de mí hasta sentarme sobre sus piernas, a horcajadas. Tomó mi cintura entre sus manos y me elevó, mientras yo tomaba su miembro y lo acomodaba sobre mi entrada. Apenas su punta rozó mis labios me soltó, empalándome de una vez.
Ambos soltamos un grito de placer y me manera inmediata comenzamos a movernos. Sus embistes eran fuertes, poderosos, parecían que me estaban marcando de alguna manera. Me complacía enormemente.
-Edward- gemí sin dejar de montarlo.
Él me sonrió dulcemente, una de sus manos subió hasta mi mejilla, donde sus dedos la acariciaron tiernamente. Cerré mis ojos y saboreé su caricia, una caricia tan intima, muchísimo más intima que tenerlo embistiéndome en estos momentos. Su mano se movió hasta mi nuca y tiró de mi, pensé que iba a besarme, pero solo unió nuestras frentes.
Las caderas de Edward se movieron aun más deprisa, lo sentí hincharse aun más y mis paredes comenzaron a tensarse. Ambos estábamos al borde, pronto llegaríamos a nuestro cielo privado.
Y este fue el mejor orgasmo de mi vida, fue intenso y avasallador. Juro que vi hasta estrellas. Nuestros cuerpos se contrajeron y vibraron ante la liberación del placer. Mi cuerpo se relajó y cayó completamente rendido sobre el de Edward, quien respiraba agitadamente.
Sus brazos me envolvieron y sus manos acariciaron mi espalda y cabello.
-Tomaré el regalo como tu declaración de amor- murmuró.
Mi cuerpo se tensó y me levanté para mirarlo y rebatir sus palabras, pero antes de que pudiera abrir mi boca, él soltó aquellas palabras que serían mi perdición. O más bien, ya lo eran.
-Te amo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario