jueves, 18 de noviembre de 2010

cap12-mva

Capitulo 12
Habían pasado dos días desde que estaba postrada en una cama con la fiebre por los techos. Según yo, esta bajaría con un buen té y sopa. Pero el haberme mojado hasta el hueso y no haberme secado al instante y tomar mucho frío, no se curaría con unos tés y unas sopas de pollo. No podía levantarme de mi cama, mi cuerpo entero se estremecía con profundos escalofríos que recorrían mi columna. Ni siquiera podía llamar al médico, mi teléfono había quedado en la cocina, la cual no estaba lejos pero no podía levantarme.
Ni siquiera distinguía la realidad del sueño. En varias ocasiones me había despertado sobresaltada dándome cuenta de que nunca salía del sueño. Como por ejemplo ahora. Escuchaba como personas entraban a mi departamento y me llamaban. Escuchaba pasos que se acercaban. Abrí mis ojos y me encontré con unos verdes que me hacía delirar aun más que en sueños, más que la fiebre.
-Está ardiendo- dijo con mirada preocupada. Si definitivamente estaba delirando por la fiebre.
-Hay que llamar a un medico- reconocí la voz de Jasper, aunque no podía verlo.
-No- dijo acariciando mi mejilla. Luego sus manos rebuscaron bajo las colchas y me alzaron-. Vamos a llevarla a mi casa. Llama al medico
Sus ojos me miraban con cariño, hasta me atrevía a decir que con amor, pero eso sería demasiado delirante. Se podría decir que estaba muriendo. Y antes de abandonar el mundo estaba teniendo un sueño sobre un mundo paralelo al real, donde Edward parecía preocupado por una persona, y se podría decir que también amaba a esa persona, solo por la forma en que me miraba. La fiebre me estaba matando dulcemente.
-Emmett toma sus cosas y llévalas a mi apartamento- ordenó. Bueno al menos mis sueños recordaban como era de mandón.
-Edward, el médico ya está saliendo hacia tu casa- dijo Jasper.
-Bien- sentí una mano posarse en mi frente-. Tenemos que irnos ahora.
Sentí una suave manta arroparme el cuerpo, luego un fresco aire. Me estremecí violentamente y mis dientes castañearon. Alguien murmuró algo y pronto sentí el ruido de puertas y un motor.
-Enciende la calefacción- le escuché decir a Edward.
Mis ojos se abrieron pensando que el sueño ya se había acabado, pero no, aun estaba atrapada en aquel estúpido y esperanzador sueño. Él aun me miraba con preocupación y me sostenía contra su cuerpo fuertemente.
-¿Estas consciente?- me preguntó.
-No, aun estoy dormida- bufé reacomodándome en su regazo.
-Te creo, tus ojos están desenfocados- acarició mis parpados dulcemente.
-Es porque estoy muriendo.
Edward frunció su ceño y me miró molesto. Sus perfectas cejas se acercaron tanto que parecían a punto de tocarse. Volvía a tener esa expresión en la cara, la misma que había conocido la primera vez y acompañaba siempre su rostro. Levanté una de mis manos y acaricié su mueca, suavizándola al instante, luego bajé mis dedos por su alto pómulo, pasando por su áspera mejilla y terminar delineando su bien marcada y fuerte mandíbula.
-Siempre tienes el ceño fruncido, ya tienes una marca- dije sin dejar de tocar su rostro-. Eres tan apuesto- suspiré y por poco babeo. Si este era un sueño debía de aprovechar a decirle lo que en la realidad nunca haría.
Edward se rió fluida y alegremente a carcajadas. Sonreí por haber visto una cara que no conocía de él. Aunque fuera un sueño, era lindo.
-Definitivamente estas delirando- se inclinó y besó mi frente.
Luego de eso, cerré mis ojos y me deje ir…
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Mi cuerpo estaba acostado en un lugar muy mullido y muy cómodo. Me hacía calor y sentía como el sudor se desprendía de mi frente. Al parecer la fiebre estaba bajando. Eso era bueno. Lo malo era que ya no veía a ese Edward dulce y generoso que había estado en mis sueños-realidad. Me removí un poco y lentamente abrí mis ojos. Estaba en una habitación pulcramente pintada de blanco, con un enorme ventanal a mi derecha. Los muebles eran negros y modernos, al igual que la cama en donde estaba acostada.
-Esta no es mi habitación- pensé al tiempo que me sentaba un poco.
-¿Ya estas despierta o sigues en tus sueños?- me sobresalte al escuchar esa familiar voz.
Lo busqué con la mirada y lo encontré a mi lado, sentado con unos lentes, que le sentaba de maravilla, y una portátil en su regazo.
-¿Cómo…? ¿Por qué…?- las preguntas se atropellaban en mi garganta mientras mis ojos miraban hacia todos lados. Hasta que se toparon con una sonda que se unía a mi brazo y a una bolsita que estaba colgada en un poste, justo al lado de la cama.
-Bueno- suspiró y cerró su portátil, luego quitó sus lentes-. Llevabas dos días sin aparecer por el trabajo y no atendías mis llamadas. También me informaron que no estabas yendo a la universidad así que decidí venir a ver que tenías.
-¿Cómo sabías donde vivía? ¿Y cómo lograste entrar?- pregunté apartándome de su lado.
-Bueno, cuando eres yo, no hay puerta que se me resista- sonrió burlonamente.
-¿Por qué lo hiciste?- le pregunté recelosa.
-¿Quién más va a limpiar mi oficina?- me contestó con otra pregunta.
Le entrecerré los ojos y le di una mirada envenenada. Edward no perdía su sonrisa de niño travieso. Parecía que se estaba conteniendo de algo. Podía ver que sus ojos me ocultaban algo, pero no sabía qué. Hasta que ese par de esmeraldas bajaron hacia mi pecho y su sonrisa se ensanchó aun más. Por inercia baje mi mirada y me encontré con mi sujetador solamente. Con un jadeo subí las colchas tasta mi cuello.
-¡¿Qué demonios me hiciste?- grité.
-Era solo para bajar tu fiebre- se encogió de hombros.
-Eres un maldito pervertido- le gruñí e intenté levantarme de la cama.
Gracias al suero me encontraba muy bien. Sentía mi cuerpo renovado, nuevo y lleno de energía.
-Así que… ¿sueñas muy frecuente conmigo?- preguntó con despreocupación.
-Nunca- negué infantilmente. Desde que lo había conocido mis sueños eran protagonizados por los dos haciendo cochinadas, de las buenas. De esas que te dejan exhaustos.
-Oh, bueno- sentí una mano caliente en mi hombro que suavemente me tiró a la cama de nuevo. Caí de espaldas mientras él se ponía sobre mí. Tomó mi brazo y sacó el suero, tirándolo lejos de nosotros-. Me llamaste apuesto, sexy, encantador, y tu dulce chocolate al que morirías por probar.
Quede boquiabierta ante todas esas palabras, esas mismas las había dicho mientras estaba en mis sueños. Le había dicho al Edward de mis sueños que era un tentador chocolate al que me gustaría mordisquear y saborear por un buen rato. También le había dicho todos esos halagos…
-Eso era porque estaba tan enferma que no medía mis palabras- me excusé mirando hacia otro lado-. En realidad quería decir que eres un egocéntrico, arrogante, golpeador, vanidoso…- mi lista fue cortada por sus besos-. Odioso- beso-. Mandón- beso-. Descorazonado.
¡Dios! ¡Qué bien se sentía!
-Si fuera un descorazonado hubiera dejado que la fiebre te consumiera y te matara- se rió al tiempo que besaba mi cuello.
-Al menos así no tendría que volver a verte- su cuerpo se tensó, me miró a los ojos y por un segundo me pareció ver que mi comentario le había dolido.
-¿Sabes porque estoy tan obsesionado contigo?- preguntó sin expresión. Yo no conteste me le quedé mirando esperando su respuesta.
Edward se me quedó mirando un rato largo, sin decir nada. Luego suspiró y se levantó dejándome tendida en la cama. Me tiró mi ropa y se marchó de la habitación dejándome sola. Estaba aturdida y confundida, no entendía su comportamiento. Me había dicho cosas que no comprendía y me había dejado picando con ello. Sorprendida me senté en la cama y me puse mis ropas. Me levanté de la cama y camine por la enorme habitación, observando todo. Debía de admitir que Edward poseía un buen estilo a la hora de decorar una estancia. Aun así me intrigaba saber que era lo que me tenía que decir por lo que salí de la habitación y fui hacia el salón, el que ya había visto una vez hacía ya un tiempo.
Edward se encontraba en los sillones, acostado con un brazo sobre sus ojos. La imagen me enterneció un poco, ya que se lo veía muy devastado, algo raro en él. Me acerqué lentamente hasta quedar a su lado, el pareció percibirme ya que sacó el brazo de sus ojos.
-¿Qué quieres?- preguntó cansinamente.
Ese comportamiento me irritó. Tan amable que se había comportado momentos anteriores y ahora volvía a ser el mismo cretino de antes. Sin decir una sola palabra comencé a caminar hacia la puerta.
-Espera- me detuvo tomando mi mano- ¿Cómo piensas pagarme el haberte salvado la vida?
Solté su agarre bruscamente y me giré a encararlo. A pesar de sus palabras socarronas, su expresión era neutra, nada de picardía o bromas.
-Nadie te mandó a que me ayudaras- dije furiosa-. Lo hiciste porque quisiste, no voy a pagarte nada.
-Mal agradecida- negó con la cabeza.
-Cretino- le devolví y traté de hacer una marcha honorable con la frente en alto.
Me enfurecía que fuera tan caradura, que fuese tan frío. No le importaba nada y no hacía nada por buena voluntad a menos que tuviera un beneficio ¿Qué beneficio podía tener al ayudarme a mí? Fuera el que fuera no me importaba, yo había dicho que no quería verlo nunca más…
-Ya te conocía de antes- murmuró cuando estuve a un paso de la puerta y mi mano sobre el pomo.
-¿Qué quieres decir?- pregunté curiosa, y me golpee mentalmente por ello.
Edward se acercó y trabó la puerta detrás de mí sin dejar de mirarme a los ojos.
-Yo te conocí hace unos cinco años atrás- dijo y lo miré confundida sin comprender nada-. Yo había ido a visitar a mi madre. Ella me pidió que la acompañara al cementerio, quería ir a visitar a alguien- mi pecho se oprimió dolorosamente-. Te vi llorando desconsoladamente a los pies de una tumba, mi madre te reconoció y me pidió que fuéramos otro día, para no interrumpirte a ti.
-Y te conto todo- afirme al borde del llanto.
-Si- asintió y tomó aire-. Quise volver a verte, pero cuando intente buscarte tú… ya te habías ido. Nadie sabía nada de ti o tus padres. Ni siquiera los policías con los que trabajaba tu padre.
-Me había mudado- recordé que la única vez que fui al cementerio fue el día antes de mudarme a Nueva York.
-Sí, pero nadie sabía a dónde- levantó mi rostro con sus grandes y cálidas manos. Sus ojos volvían a tener ese extraño color y brillo con el que me habían mirado mientras estaba enferma-. Me di por vencido después de un año y no saber absolutamente nada de ti. Hasta que conocía a Angela- sonrió de costado-. Ella estaba borracha y lloraba por lo que su novia le había hecho. Nunca imagine que la mujer que estrangulaba eras tú.
-Espera- le detuve cuando las piezas comenzaron a encajar-. Si sabías quien era ¿Por qué no me ayudaste cuando te pedí marcharnos de Forks aquel día? ¿Por qué me preguntabas cuando sabías lo que me había pasado?
-Estaba esperando a que tú me dijeras lo que te había sucedido- se encogió de hombros-. No es lo mismo que de primera mano. Y por la primera pregunta, no tenía coche. Si lo hubiera tenido no habría dejado que sufrieras de esa manera. No sabes lo mal que la pase cuando te veía sostenerte de mí de esa manera…
-Ok, espera- le detuve nuevamente y pude ver como se comenzaba a molestar- ¿Te estás declarando?- mordí mi labio para no reír.
-Nop- sonrió abiertamente-. Primero tienes que hacerlo tú.
-¿Disculpa?
-Ya sabes que no repito las cosas dos veces- genial, el viejo Edward había reaparecido.
Me empujó contra la puerta, acorralándome entre ella y su cuerpo, con sus brazos a cada lado de mi cabeza. Su mirada era decidida, casi victoriosa. Podía ver lo que él me iba a decir y eso me aterrorizaba.
Nunca fui de temer a ningún hombre. Nunca me intimidaron, siempre fui yo las que los controlo, no al revés. Desde que James había muerto, él se había llevado mi corazón con él y me juré a mi misma y a él que no volvería a enamorarme. Que no habría ningún otro hombre que fuera como él. Nos prometí conservarme en celibato. Eso fue tan estúpido y fácil de romper.
Había roto esa promesa en cuanto pise Nueva York, y termine bebiendo en un bar con un tipo a mi lado. Al final de la noche ambos estábamos en una cama, sudorosos y sin ropa. Me arrepentí, pero eso, mas los estudios, era lo único que mantenía mi mente alejada del dolor y los recuerdos. Desde ese entonces no hacía otra cosa más que cortejar tipos, hacerlos pagar mis bebidas y los hoteles, y luego tener una buena noche de sexo.
Nada más, no existía otra cosa en mi vida desde que él se había muerto. Había elegido Leyes, una materia difícil y de suma concentración, mente ocupada. No había podido elegir Literatura, convertirme en una escritora. Si lo hacía serían historias trágicas y eso no era lo que yo quería.
Había pasado tanto tiempo alejada de mi pasado que me había terminado acostumbrando a mi vida ocupada, mente ocupada. Pero todo se había ido al carajo cuando conocí a Edward. Él había removido algo dentro de mí, no sabía que era, pero lo había descompaginado todo. Mi autocontrol con respecto a mis pensamientos, a mis sentimientos, al estilo de mi vida. Todo se había ido a la mierda cuando lo conocí aquel día que me pidió trabajar para él. Cuando me besó por primera vez, cuando tuvimos media intimidad por primera vez. Cuando me había consolado aquel día en Forks.
Nadie había logrado apaciguar el dolor en mi pecho cuando iba a Forks o recordaba algún aniversario. Sin embargo Edward me había sostenido en sus brazos y me había abrazado fuertemente hasta que yo me calmara ¿Quién era él? ¿Y porque me hacia todo esto? ¿Por qué había aparecido en mi vida?
-Voy a hacer que te enamores de mí- susurró en mi oído-. Voy a hacer que me ames con locura, de ese modo no podrás irte nunca de mi lado.
Mi cuerpo temblaba dolorosamente
¿Amor? ¿Él estaba pidiendo amor de una persona que lo había desechado de su corazón? Yo no quería enamorarme de nadie, no ahora ni nunca. No quería. No podía siquiera pensar en tener un romance con alguien. No solo por mi promesa a James, si no por mí misma. No podría soportar enamorarme y ver a esa persona amada irse, morir.
-Te tengo una propuesta- sugirió de repente. Lo miré sin decir una palabra-. Te he pagado una miseria por tus trabajos.
-Eso es verdad.
-A partir de mañana cobraras doscientos mil dólares por tus servicios- me sonrió dulcemente, esa sonrisa no era un buen presagio-. El lugar donde vivías, lo acabo de hacer demoler para construir un nuevo edificio el cual será completamente tuyo.
-¿Qué?- dije con un jadeo.
-Tus padres no te pasan dinero, ya no vives con Angela…
-¡Y ahora me dejaste sin casa! ¿Dónde mierda voy a vivir?- grite escandalizada.
-Aquí- señaló con su mano toda la extensión de la sala-. Vas a vivir conmigo.
-No, gracias. Puedes meterte tu dinero y el edificio donde el sol no te da- respondí sin vacilar.
Estaba muy equivocado y confundido si pensaba que yo viviría con él. Ni por todo el dinero del mundo.
-¿Por qué no?- dijo con inocencia-. No tienes a donde ir y mucho menos dinero.
-Eso es problema mío, no tuyo- lo empujé alejándolo de mí-. Tengo muchos amigos y ellos me proporcionaran techo.
Cuando intenté volver a abrir la puerta, esta cerró de golpe por la mano de Edward que golpeo la puerta inclinándose sobre mi cuerpo.
-Juro que re arrancare la lengua y los ojos si te llego a encontrar con cualquier otro pendejo- amenazó.
-Tú no eres nadie- me giré lentamente-. No eres ni mi familia, ni mi amigo y mucho menos mi amante, novio o como te guste decirlo- mis palabras destilaban veneno y odio por la situación que me estaba haciendo pasar.
-Piénsalo bien, Bella- ronroneo-. Desde aquí tienes quince minutos hasta tu escuela. Los quehaceres no tendrás que hacerlos, ya pago a alguien que los hace. Podrás usar este lugar como si fuera tuyo.
-¿A cambio de qué?- sondeé
-De todas las uniones sentimentales que dijiste antes, solo una me agrada- me sonrió descaradamente.
-¿Cuál?- mi voz tembló, ya sabía cuál era la respuesta.
-Sé mi amante, novia o como te guste decirlo- copió mis palabras.
El aire quedó estancado en mi garganta y mi corazón latía ferozmente. Mi mente gritaba que no, a fuertes gritos que cualquiera podía oírlos, sin embargo no podía decir esa simple palabra. No podía. Cuando quería pronunciarla mis dientes se apretaban y mi mandíbula temblaba ¿Por qué no podía decirle que no? ¿Por qué mi corazón se agitaba tan alegre cuando él me propuso eso? ¿Por qué mi cuerpo quería lanzarse a esos brazos? ¿Por qué tenía que pasarme esto justamente a mí?
-¿Y bien?- me presionó- ¿No te parece una idea genial?- tenía tantos deseos de golpear ese rostro estúpidamente hermoso y arrogante. Pero sus ojos se volvieron serios al tiempo que su mano se levantaba y acariciaba mi mejilla-. He esperado por cinco años el volver a verte. Que dejara de buscarte no significa que dejara de pensar en ti- su toque apenas se sentía. Era como si me estuvieran pasando una pluma por la mejilla.
Sus palabras me golpearon como si fueran una gran bola de masa que iba a derrumbar mi cuerpo. Algo dentro de mí se quebró, pero no se rompió. Si seguía al lado de Edward se rompería de eso no había duda. No quería aceptar, realmente no quería, pero las palabras escaparon de mi boca sin mi consentimiento.
-Acepto- murmure aturdida.
-Buena chica- me felicitó al tiempo que me envolvía en sus fuertes brazos.
-Pero habrá una condición- advertí en tono serio, pero a él pareció no molestarle.
-Nada de sexo- su cuerpo se tenso y yo sonreí burlonamente-. No mientras tenga periodos de exámenes y entrega de trabajos.
-Estas bromeando- se separó y me miró con desesperación.
-No, mis estudios son importantes- me encogí de hombros.
Edward bufó y se cruzó de brazos. Parece ser que el sexo es un tema delicado en su vida.
-Bien- aceptó de mala gana y luego sonrió maliciosamente-. Pero mientras lo tengamos lo haremos al tiempo y lugar que yo quiera. Sin excepciones.
-Eres un maldito…
-Tú necesitas tiempo y dinero, dos cosas que puedo dártelas- señaló con sus dedos interrumpiéndome-. Yo quiero sexo y tu cuerpo. Una vez que este saciado de ti podrás irte.
Lo último fue una dura cachetada, pero yo ya sabía de ante mano que estas eran sus intenciones ¿Por qué mierda me dolía? Bien, este juego podemos jugarlo los dos.
-Bien, entonces mientras tú te sacias yo secaré tu billetera- pasé mis brazos por su cuello y lo atraje lentamente hacia mi boca-. No suena para nada mal.
-Eres inteligente y sabes elegir lo que te conviene- acarició mi nariz con la suya-. Ahora que somos "novios" deberíamos tener un poco de sexo para darle la bienvenida a la relación.
Sin dejarme responder su boca se estampó con la mía. Estaba preparada para un beso fiero y lleno de deseo, pero me sorprendió cuando sus labios se movieron suavemente, delicados, posesivos. Un beso lento, pero abrazador. Su lengua se abrió paso por mis labios y exploró mi cavidad a su antojo. Encontró mi lengua y se enrolló con ella, saboreándola, exprimiéndola. Edward era un maldito buen besador, de eso no cabía duda. Sus besos eran de esos que te quitaban el aliento, hacían que tu cabeza diera vueltas y tus piernas se sintieran como gelatina.
Abandonó mi boca y se dirigió hacia mi cuello, dejado un rastro de húmedos besos y lamidas. Su rodilla se metió entre mis piernas justo cuando mis piernas cedían. Quede sentada sobre su muslo que comenzaba a restregarse contra mi entrepierna. Podía sentir su erección crecer entre sus pantalones. Podía imaginar su tamaño, no lo había visto, pero lo había sentido, aunque hubieran sido unos pocos segundos. Y era enorme.
Esa noche en que Angela nos había descubierto Edward había logrado meterse dentro de mí un par de segundos. Su miembro era grande y grueso y me habían llenado completamente hasta sacarme el aliento.
-Edward- gemí apoyando mi cabeza en su hombro y llevando mis labios a su oído-. He faltado mucho a la escuela y tengo exámenes esta semana.
-Pues van a tener que esperar- su aliento golpeo mi húmedo cuello.
-Pensé que habíamos llegado a un acuerdo- dije al tiempo que me separaba de él.
-Solo por hoy…
-Edward Cullen si llego a reprobar mis exámenes por tu culpa, todo tipo de acuerdo entre nosotros se va a la basura ¿quedo claro?- le mire seriamente.
Nos quedamos mirando unos minutos en una mini competencia de ceños fruncidos.
-De acuerdo- se rindió y se separó de mí
-Tengo que ir a buscar mis cosas ¿o ya las vendiste y me compraras nuevas?- arqueé una ceja.
-No, todo está en nuestro cuarto- sonrió de lado- ¿Quieres conocer bien la casa?- tendió su mano con la palma hacia arriba
-Por favor- dije al tiempo que tomé su mano.
Me dio un breve recorrido por el departamento. Era hermoso, no podía negarlo. Tenía dos habitaciones, la nuestra y una para huéspedes, dos baños, una cocina comedor, una sala y un enorme vestidor. Edward había abierto una puerta que se encontraba frente a nuestra habitación. Me mostró su mitad y luego me mostro la mía. Estaba mis ropas de siempre, pero estas estaban puestas en un pequeño perchero alejado de donde había ripa nueva. Vaqueros, camisas, remeras, poleras, polleras, shorts, vestidos, tapados, zapatos, botas, zapatillas, tacones, bolsos, carteras, mochilas. Mi boca estaba por el suelo, mis manos tocaron las suaves telas.
-¿Esto es para mí?- pregunté con un hilo de voz.
-Si- me abrazó por la espalda, descansando su mentón sobre mí hombro- Si quieres más cosas solo debes de pedírmelo.
-¿Haces todo esto para tus conquistas?- pregunté con una punzada de celos.
-No- me apretó contra su cuerpo-. Eres la primera a la que le regalo todo esto.
El alivio y la alegría bailaron dentro de mi corazón.
-Gracias- susurré dándome vuelta en sus brazos.
El no contestó solo se me quedó abrazando por un largo rato, hasta que una serie de tos me obligó a separarme de él.
-Aun no estás del todo recuperada. Será mejor que te recuestes- me aconsejó y me llevó a la cama. Nuestra cama.
En cierto modo no podía creer que lo que había en este departamento ahora fuera mío también. Seguía sin comprender la obsesión que sentía Edward hacia mí. Yo era tan corriente, tan normal. No destacaba en nada. Mi cabello era marrón al igual que mis ojos. No tenía exuberantes bustos y una cola grande y parada. Eran comunes, escasos. No era alta y no tenía un rico bronceado. Era baja y tan pálida como un cadáver. Era corriente y normal. Una más del montón. Sin embargo tenía a este hombre comiendo de mi palma, claro hasta que él se cansara y me tirara.
Entonces que así fuera. Que me usara y yo lo usaría. Edward tenía razón, los dos terminábamos beneficiados.
Pero yo sentía que si vivía con Edward y dejaba que él me hiciera el amor y compartiéramos un tiempo como amantes o novios. Me iba a terminar enamorando… Al final iba a terminar igual de herida y destruida, solo que ahora Edward no moriría, él estaría vivo y se estaría divirtiendo con otra tonta que callera en sus encantos.
No, yo no iba a ser así. Yo iba a vivir con él, aprovecharía su casa, su dinero, su posición, todo. E intentaría no enamorarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario