Capitulo 3: 20 años.
BELLA POV
-¡Oh, cielos!- gemí agarrándome fuertemente de la mesada de nuestra cocina.
Sentía mis piernas flácidas, temblorosas. Si no fuera porque me estaba sosteniendo hubiera terminado en el suelo, aunque estaríamos más cómodos en la cama, él prefería bautizar diferentes lugares del apartamento. Hoy le tocaba a la cocina.
Sentí su mano bajar hacia mi botón sensible para masajearlo, apurando mi placer para llegar al orgasmo. Sus arremetidas eran fuertes, salvajes, pasionales. Me encantaban, siempre pedía por más porque sentía que no tenía suficiente con algo suave y gentil.
Eso jamás pasaría. Nuestro sexo no era amor, él no lo compartía conmigo, no me amaba, por lo que no esperaba que me tratara con cariño. Yo tampoco lloriqueaba, llevábamos años practicando este sexo y yo no quería cambiarlo por nada.
-Dios, Bella- gimió en mi oído, lamiéndolo y suspirando en él.
Él sabía cuánto me gustaba escucharlo gemir y respirar, era tan excitante saber que todos aquellos sonidos eran provocados por mí. Y siempre que lo hacía era el detonante a un intenso orgasmo.
Mis caderas fueron hacia atrás empalándome su miembro que no dejaba de entrar y salir de mi sexo a una velocidad frenética. Quité su mano de mi clítoris y la sustituí por la mía, sabiendo como tocar para correrme. Él entrelazó su mano con la mía en la mesada y la otra apretaba mi pecho.
Solo bastó unos segundos más para que alcanzara el climax y él también la alcanzara conmigo. Mi cuerpo se volvió de gelatina y cayó hacia adelante sin poder controlarlo. Él me sostuvo y me sentó en el frío mármol de la mesa, metiéndose entre mis piernas, dejando que lo abrazara mientras él se recuperaba.
-Bien, la cocina ya está marcada- murmuró contra mi cuello.
-Debes ponerla a mi nombre- dije recordando quien había seducido a quien.
-¡Oye! ¡Eso no es justo!- se levantó y me miró con el ceño fruncido.
-Sí lo es, Edward- resoplé, siempre teníamos esta discusión cuando yo era la que ganaba-. Yo fui quien te sedujo, así que yo gané.
Cuando pasamos a nuestra siguiente base de nuestra amistad con derechos, decidimos ponerle un poco más de emoción a la hora de tener sexo. Todo comenzó cuando entró un día en la cocina de mi casa completamente desnudo y excitado, como cada mañana. Obviamente fui seducida y él proclamó la cocina como suya. Desde entonces decidimos jugar. Seducirnos hasta que termináramos teniendo sexo. El que seducía primero proclamaba la habitación como suya.
La mayor parte de las habitaciones de mi antigua casa estaban a nombre de Edward, él lograba seducirme poniéndose desnudo, no podía evitarlo, ver su cuerpo como dios lo trajo al mundo era mi perdición y él lo sabía. Pero su casa estaba completamente a mi nombre, desde la sala hasta la habitación de sus padres, Edward era un hombre muy fácil de dominar y la gustaba el sexo, y yo como mujer tenía las de ganar en el arte de la seducción.
Ya hacía un año que vivíamos juntos, habíamos dejado las habitaciones de la universidad y habíamos decidido juntar todo nuestro dinero y compartir un apartamento. Y este apartamento no fue excluido de nuestro juego. Yo iba ganando, con marcar la cocina había desempatado el marcador.
-Bien, pero el próximo lo ganaré yo- resopló y se alejó de mí.
Inmediatamente extrañé su calor. Pero me conformé con verlo caminar por la cocina desnudo, agachándose para buscar sus ropas y las mías. Nuestra amistad no había disminuido ni un poco, seguíamos siendo los mejores amigos, aunque yo ya no lo mirara como tal… no me importaba, mientras él me siguiera eligiendo a mí por sobre sus conquistas me conformaba.
No era correspondida sentimentalmente, pero si física y creo que eso era mejor a no tener nada.
Pero había ocasiones en las que deseaba decirle cuanto lo amaba y que prefiriera quedarse conmigo. Que no se fuera con sus putas de turno, que se quedara a mi lado y me abrazara toda la noche con amor. Deseaba por una vez hacer el amor con él… pero todo quedaría en mi mente y corazón.
-¿En qué piensas?- preguntó con su pantalón ya puesto.
Mierda, había estado tan absorta en mis pensamientos que me había perdido de ver su culo por última vez.
-En nada- me encogí de hombros.
-¿Algún chico?- arqueó una ceja.
-Nop, ya sabes que no tengo sentimientos por nadie- mentí y me bajé de la encimera.
Edward me tendió mi ropa y se me quedó mirando mientras me vestía, ya no sentía pudor por nada. No cuando estaba él cerca. Me puse mi remera y me giré a mirarlo, él seguía sin despegar su vista, con sus brazos musculosos cruzados en su pecho desnudo.
-¿Qué?- pregunte intimidada.
-Nada, solo pensaba- me sonrió y negó con la cabeza.
-¿Qué pensabas?- pregunté de curiosa que soy.
-Pensaba en cómo han cambiado las cosas- sonrió más ampliamente-. Quiero decir, éramos unos niños tan inocentes y ahora….
-¿Unos pervertidos totales?- terminé conteniendo una carcajada.
-Sí, algo así- se puso en pié y rodeó mi cintura con sus brazos-. Me gusta porque entre nosotros no ha cambiado nada.
Se refería a sentimentalmente. Quizás para él nosotros no cambiamos, pero yo si cambie. Yo dejé de verlo a él como mi mejor amigo, dejé de verlo como cuando tenía dieciséis años, él ya no era más un niño el cual yo quería compartir la secundaria y parte de la universidad. No, ahora él era todo un hombre, y yo quería que fuera mí hombre.
-Sí, es verdad- le sonreí falsamente, intentando ocultar mis sentimientos.
Me alejé y fui hacia mi cuarto. No quería estar cerca de él y fingir cosas que no podía controlar. Me saqué nuevamente la ropa y fui hacia mi baño. Mientras caminaba podía sentir como su semilla resbalaba por mis piernas.
A veces odiaba a Edward, llegaba a odiarlo hasta un punto en que no soportaba verlo. Sus comentarios tan, indirectamente, hirientes eran el colmo y siempre echaban a perder el momento que estábamos compartiendo. No era su culpa, él no tenía ni idea de lo que sentía y por ello no podía odiar sus palabras.
Quería que él se enterara de lo que sentía, que supiera todo. Pero eso significaría alejarlo de mí. Y era una persona muy egoísta y estúpida, porque prefería tenerlo así a no tenerlo.
Terminé mi ducha y volví a mi cuarto. Como era de esperar, Edward estaba acostado en mi cama, haciendo zapping en mi televisor.
-¿Tienes planes para esta noche?- preguntó sin mirarme.
-Quedé con unas amigas- dije mientras buscaba en mi armario un vestido.
-¿Qué amigas?- apagó el televisor y tiró el control en la cama.
-Ya sabes… Heidi e Irina- sonreí al encontrar mi nuevo vestido.
-Yo que sepa ellas no son tus amigas- dijo con una sonrisa.
-Lo son cuanto te invitan a un prestigioso club y tienes una mesa en la sección VIP- le saqué la lengua.
Él se carcajeo y me tiró un almohadón. Dejé mi vestido en la cama y busqué mi ropa interior. Dejé caer la toalla y comencé a vestirme, sin importarme que Edward estuviera sentado en mi cama mirándome. Como ya había dicho antes, el pudor entre nosotros no existía.
-¿Y crees que pueda ir yo?- preguntó mientras se paraba y quitaba la tanga negra que había elegido-. Esta es mejor- me pasó una roja y de encaje.
Me encogí de hombros y me la puse. Di una vuelta para que pudiera evaluarla en todos los ángulos. Como visto bueno me dio una nalgada.
-Tienes que ir- tomé el vestido y me lo puse- ¿Cómo crees que conseguí las entradas?- le arqueé una ceja.
El se rió y besó mi mejilla antes de salir corriendo hacia su habitación.
En otras ocasiones Edward podía ser un niño.
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-Es aquí- le señalé el local con luces neón que decía "Ibiza"
Edward asintió y aparcó el auto. Bajamos y caminamos hacia la cola de gente. Suspiré y tomé su mano, arrastrándolo hacia la entrada. Saqué los pases de mi bolso y el gorila nos dejó entrar, marcándonos las escaleras a la sección VIP.
Esta vez fue Edward quien me condujo. El lugar estaba abarrotado de gente, todos bailando en la pista, era prácticamente imposible pasar sin recibir algunos golpes… Edward se colocó detrás de mí, protegiéndome mientras yo me abría paso entre la multitud.
Con esfuerzo y con la ropa intacta llegamos a las escaleras que el guardia nos había indicado. Subimos por ella y entramos en un nuevo piso donde había menos gente, La pista era un poco más pequeña que la de abajo, había sillones y mesas esparcidos alrededor de la pista.
Edward me soltó y caminó a mi lado mientras buscábamos a nuestros 'amigos'. No tardamos mucho en encontrarlos. Mis amigas eran las únicas que estaban gritando y bailando sobre la mesa. En cuanto me vieron, mejor dicho, en cuanto vieron a Edward, saltaron sobre él.
Mi amigo les sonrió de manera seductora y se quedó con ellas dejándome sola. Típico de Edward cuando estaba con mujeres, el era bien consciente de lo que provocaba en nosotras y lo aprovecha a su antojo y aun más si las mujeres se regalaban.
Después de que su primer noviazgo fracasó él no volvió a tener novia. La infidelidad le quedó marcada y prefirió ser el que pone los cuernos. Como él suele decir 'no tengo novias, solo conquistas'. Era un idiota.
-Hola- me saludó una voz grave y seductora.
Me gire para ver quién era el portador de aquella voz. Era un chico enorme y apuesto. Su cuerpo era musculoso y su tez morena. Su cabello era negro al igual que sus ojos y su sonrisa era blanca y deslumbrante.
-Hola- le devolví el saludo con una sonrisa.
-Jacob- se presentó tendiendo su mano.
-Bella- la estreché-. No eres de por aquí- dije volviendo a barrer su cuerpo con mis ojos.
Ok, dije que estaba enamorada de mi mejor amigo, y así es, pero no me impide coquetear con otros muchachos. Estoy enamorada, no castrada.
-Solo estoy de visita- señaló a un grupo de chichos que estaban en la misma mesa que mis 'amigas'.
-¿Las conoces?
-Sus padres son clientes del mío- se encogió de hombros.
-¿Y de dónde eres?- pregunté sentándome en uno de los sillones.
-Phoenix- se sentó a mi lado.
-Se nota- me reí y él me acompañó,
-¿A tu novio no le importará que esté hablando contigo?- preguntó de repente, mirando hacia el frente.
-¿Novio? Yo no tengo novio- dije frunciendo el ceño.
-¿Entonces por qué tu acompañante me mira tan feo?- apuntó adelante. Seguí con la mirada a quien señalaba y no pude evitar soltar una carcajada al ver que Edward estaba mirándome con el ceño fruncido e ignorando a las chicas que le parloteaban alrededor.
-Es Edward, mi mejor amigo. Suele ser un poco sobre protector- lo saludé y le rodé los ojos-. Cuéntame un poco más de ti, Jacob.
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Cuando le dije que me contara más de él esperaba que me dijera su edad, su trabajo, su situación económica, intereses literarios, color favoritos y esas chucherías, pero apenas había terminado de pronunciar su nombre lo tuve sobre mí, besándome y tocándome.
Conocí su lengua, su sabor, su piel, su cuerpo, mucho antes que lo que pretendía.
Desde que supe que amaba a Edward no tenía ojos para nadie más. Terminé con James por las buenas, él me entendió y se sintió un poco herido por dejarlo. Pero no había vuelto a estar con un hombre. Claro, hasta que empecé la universidad.
Edward hiso algo parecido. Solo se había compartido conmigo, igual que yo. No teníamos a nadie de por medio, yo solo me dedicaba a consolarlo cuando él lo necesitaba, nunca fue al revés. Pero cuando llegamos a Seattle él me dejó de lado, por así decirlo.
Encontró nuevas chicas, y se dio cuenta de que no era malo tener a alguien para compartir cama que no fuera yo. Él y su compañero de cuarto, Felix, eran conocidos como los consoladores humanos. Todas las noches llevaban a una muchacha diferente a sus habitaciones. Edward supo contarme que a veces compartían a la misma chica.
Me di cuenta de que cada vez estaba más herida por Edward. De pasar a estar todo el tiempo con él hasta terminar sola y amargada observando cómo las chicas desfilaban por su habitación. Decidí vengarme ¿y que se me ocurrió? Acostarme con Felix.
Por unos minutos fui feliz de pensar que él estaba celoso, pero en realidad estaba preocupado. Felix era un tipo que le gustaba el sexo sin protección y Edward no estaba seguro si estaba del todo limpio, a él no me importaba las demás chicas, pero si le importé yo.
Fue en ese tiempo que decidimos juntar nuestros ahorros y comprarnos un apartamento.
Las chicas siguieron desfilando, y mis chicos también. Y Jacob no fue la excepción.
El chico era enorme, en todos los sentidos y una maquina. Llegué a pensar que iba a romperme, sus embestidas eran fuertes, duras, exquisitas… mi mente se desprendió varias veces de mi cuerpo. No pensé en nada ni en nadie. Solo me dediqué a sentir.
-Bella- me llamó esa voz ronca y seductora.
Me removí sin abrir los ojos, haciendo que aquella voz soltara una risita. Un gemido se escapó de mis labios al sentir una boca rozando mi espalda. Dejando un camino de besos hasta mi nuca.
-Bella- canturreó en mi oído.
-¿Eres así de molesto todas las mañanas?- pregunté quejándome.
Jacob se rió y se dejó caer sobre mí.
-Solo cuando necesito bajarlo- dijo mientras restregaba su erección en mi trasero.
Lo que me gustaba de Jacob es que no perdía el tiempo. Me tomó allí mismo, de espaldas. Arrancó la sabana que tapaba mis piernas y se introdujo arrancándome un grito. Aun estaba un poco sensible por la actividad de la noche, sin embargo disfruté al máximo ese rapidito.
-¿Quieres algo para desayunar?- le pregunté mientras me ponía un pantalón corto y una camiseta suelta.
-No, gracias- se levantó de la cama y se vistió rápidamente-. Mi vuelo sale en una hora.
-Oh- dije un poco desanimada-. Bueno… en ese caso… que tengas un buen viaje- le sonreí y besé su mejilla.
-Acompáñame a la puerta- dijo tomando mi mano y arrastrándome hacia el frente del edificio, donde estaba su auto- Pasé una noche increíble, Bella.
-Igual yo- asentí un poco incomoda.
-Me gustas- clavó sus ojos en los mío-. Quiero volver a verte- dijo a centímetros de mi boca.
Ni siquiera me dejó responderle, me besó intensamente, dejándome sin aliento y mareada.
-De acuerdo- atiné a decir aturdida.
-Nos vemos- se despidió con un casto beso y se marchó.
Yo aun estaba anclada en la acera de la calle. Sin poder creer lo que había pasado. Esta no era la primera vez que un chico me hacía esto, creer que con solo una buena noche ya estábamos obligados a vernos o llamarnos luego. Yo siempre les dejaba en claro antes de que se marcharan que no confundieran las cosas…
Pero con Jacob había sido diferente, no me atreví a decirle que lo nuestro solo fue sexo. Si, solo fue sexo, pero uno increíble uno que rayaba con el de Edward, y eso era decir mucho.
Tocando mis labios entré de nuevo al apartamento. Aun sentía el sabor de Jacob en mi boca y mis labios estaban hinchados….
Entré al apartamento y me recibieron unos gritos de placer. Fruncí el ceño y caminé hacia la sala, pero allí no había nadie. Miré en la cocina, pero estaba vacía…
-Ese hijo de puta- gruñí antes de correr al pasillo donde estaban nuestros cuartos… y allí estaba…
Edward se estaba cogiendo a una pelirroja en mi cama ¡En mi cama! Quise gritarle, quise arrastrar a la pelirroja por toda la habitación de los pelos. Pero eso sería ponerme en evidencia… Mordiéndome la lengua y apretando los puños salí del apartamento.
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Era medio día cuando decidí que era hora de volver. Es decir, pensaba que Edward ya se habría re cogido a la pelirroja y se habría marchado, o al menos mi habitación estaba libre.
Aun no podía terminar de creer lo que mi estúpido amigo había hecho. No podía perdonárselo… nunca, más allá de estar furiosa por estar con otra chica, violó mi intimidad.
Al llegar a casa esperé seguir escuchando gritos, pero solo escuché silencio y eso bajó un nivel de mi ira. Pero aun no estaba del todo fría.
Azoté la puerta y caminé directa a mi habitación, pasando por la de Edward, quien estaba en su cama mirando la televisión.
-¡Bella!- me llamó pero seguí caminando- ¡Oye, espera!- gritó al ver que salía corriendo.
Entré a mi cuarto y cerré la puerta justo en sus narices, le puse llave y me giré hacia mi cama. Mala idea. Estaba toda revuelta, las sabanas tiradas a un costado…
-Bastardo- gruñí y quité todo dejando el colchón pelado.
Edward seguí gritando en mi puerta, aporreándola. La abrí de nuevo y lo empujé al pasar.
-¿Pero qué mierda….? ¿Qué te pasa?- preguntó siguiéndome.
Como no le dirigí la palabra me tomó por el brazo y me giró para encararlo.
-¿Qué me pasa? ¿Te atreves a preguntarme que me pasa?- le tiré las sábanas en la cara-. No puedes ser más cerdo y repulsivo- le espeté.
-¿Pero de que…?
-¿De qué habló?- le grité sin dejarlo hablar- ¿Cómo te atreves a tener sexo en mí habitación?
El rostro de Edward se tornó verde por unos segundos, luego se puso rojo, un rojo intenso.
-Tú te viniste con ese… ese perro- me gruñó apuntándome con un dedo.
-¿Y?- me encogí de hombros.
-¡Por favor, Bella!- gritó levantando sus manos al aire-. Ni siquiera lo conoces. No alcanzamos a llegar al club y él ya tenía su lengua metida en tu garganta.
-¿Quién eres tú para reprocharme con quien me acuesto?- inquirí indignada- ¿Acaso debo pedirte permiso?
-Soy tu mejor amigo, Bella- dijo con demasiada obviedad-… tú misma me has dicho que soy tu hermano, y como tal debo protegerte…. Me preocupo por ti.
Y ahí está el mismo discurso de siempre, el 'amigo', 'hermano', 'preocupación'. Como siempre me estampaba contra una pared cuando decía que no era más para él que una amiga, que su hermana, nada más. Nada de sentimientos de por medio. Ningún 'Estoy celoso porque me gustas'. Quise reírme de mis tontos pensamientos. Quise reprocharme por sentirme dolida cuando sabía que él no me miraría con otros ojos.
-¿Y tu forma de abrirme los ojos es follando con una desconocida en mi cama?- pregunté en voz baja-. Cielos ¿Cómo no pude darme cuenta antes?... Gracias, hermano- dije con sarcasmo y me marché a mi cuarto.
Los ojos me escocían y quería llorar, gritar y patalear por lo injusto e idiota que podía llegar a ser. Pero no lo haría delante de él, no me mostraría vulnerable.
Entré en mi cuarto y cerré la puerta de un portazo, poniéndole pestillo. Me tiré a mi cama y lloré por mucho tiempo. Y como era de esperar, él no vino a consolarme.
Por un lado me sentía mal por discutir con él. Discutíamos muy poco, pero solo pasaban unas horas antes de disculparnos y volver como antes. Pero esta discusión se había pasado de la raya, él se había pasado. Sus palabras y acciones fueron hirientes. Lo bueno era que mis palabras lo habían dejado helado y solo esperaba que entendiera y me pidiera disculpas.
Pero cuando amaneció me di cuenta de que su orgullo no le permitiría darse cuenta de sus errores. Y si él era orgulloso, yo era orgullosa y media.
Me vestí con ropa cómoda para ir a la universidad, me bañé rápidamente e intenté borrar las horribles ojeras y ojos hinchados de mi cara, tomé mi mochila y salí de la habitación. Me paré un segundo en la puerta de Edward, y estaba por entrar y despertarlo, una rutina de todos los días… pero eso significaría dar a entender que la pelea de ayer no fue importante… Tomé aire y seguí caminando. Al entrar en la cocina decidí que mejor desayunaría afuera.
Al salir del edificio me topé con otro problemita. No tenía auto. En realidad si lo tenía, pero hacía años que estaba guardado y dudaba que estuviera en condiciones para salir a la calle. Suspirando caminé hacia la cafetería cercana, me tomé un buen café cargado y tomé un taxi para ir a la universidad.
En cuanto puse un pie en los pasillos mi celular comenzó a vibrar. Sin mirarlo lo tomé y contesté la llamada.
-¿Por qué demonios no me despertaste?- me gruñó al otro lado de la línea.
-Te recuerdo que no soy tu despertador- le dije de mala gana y le corté la llamada.
Apagué mi móvil para no tener que soportarlo con llamadas y mensajes insultándome solo porque no lo desperté.
Mi día pasó normal, esquivando a gente indeseada y asistiendo a mis clases como de costumbre. En el trascurso del día pensé en ir a visitar a un amigo para que arreglase el problema de mi auto. Así que al salir de la universidad fui al taller de Seth, un muchacho de unos veinticinco años que se dedicaba a arreglar autos. Por suerte su taller no quedaba muy lejos de donde estaba la universidad.
-¡Hola, Seth!- saludé apenas entré al taller.
-¡Bella!- gritó el chico saliendo de debajo de un auto.
Se acercó con los brazos abiertos, dispuesto a abrazarme, pero tuve que retroceder, demasiada grasa y mugre en sus ropas, manos y cara.
-¿Ya no me quieres?- inquirió formando un gracioso puchero.
-Solo cuando estas así de cochino- me reí.
-¿Qué te trae por mi querido taller?- sonrió caminando hacia otro auto.
-Creo que es más que obvio- rodé los ojos siguiéndolo.
-Bella, ya sabes que si quieres sexo solo debes desnudarte.
-Pendejo- le tiré con un trapo lleno de grasa-. Solo quería preguntarte si podía arreglar mi camioneta.
-Nena- suspiró y me miró por sobre su hombro-. No hay auto que se me resista.
-Ya ¿Podrás hacerlo?
-Sabes que si. Tráelo- me sonrió.
-Ese es el problema, hace tiempo que no lo uso…- me mordí el labio. Mi pobre camioneta estaba quieta desde hacía dos años.
-De acuerdo- tomó el trapo que le tiré y le limpió las manos-. Iré a verlo en estos días, de seguro solo es cambiarle el aceite, una batería nueva y listo.
-¿Y cuanto costará eso?- pregunté sacando mentalmente cuenta de cuánto dinero tenía encima.
-Va por cuenta de la casa- me guiñó un ojo-. Te estaré llamando.
-Gracias, Seth- dije con sinceridad-. Nos vemos.
Seth era un chico estupendo. Era amble, gracioso, simpático y ya estaba cazado. Su novia era compañera de Edward en algunas clases, cuando a él se le presentó una complicación con el auto ella se lo recomendó y ahora ellos eran muy buenos amigos. Y por ende yo era amiga de él.
Edward y yo compartíamos muchas cosas además de una infancia y nuestras camas. Nuestros amigos eran los mismos, nuestros lugares, todo. Era imposible que algo se nos escapara del otro.
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Los días transcurrieron lenta y torturosamente gracias a Edward. No habíamos hecho las paces. Es más, habían empeorado. Nos peleábamos por cualquier cosa. No podíamos vernos sin gritarnos y discutir por tonterías. Chiquilinadas que antes no prestábamos atención y que ahora las amplificábamos por cien.
Era reconocible que ambos éramos tercos, que teníamos nuestros caracteres. Pero Edward era el equivocado en la cuestión del principio, y él no quería disculparse, era más que obvio que no iba a hacerlo. Y eso me enfurecía aun más.
Y para terminar con su berrinche, había veces que no volvía a casa. Solo aparecía cuando tenía que buscar ropa o algún que otro libro, por lo que deduje que se estaba quedando en otro lado.
-Pendejo- gruñí cambiando el canal de televisión.
Escuché la puerta de la entrada cerrarse y esperé ver a Edward, pero el olor a perfume barato y maloliente inundó el ambiente. Genial, traía a una de sus putas. Pero no esperé verla a ella.
-¿Qué haces aquí?- le espeté a la pelirroja.
-Hola a ti también- rodó los ojos y siguió su camino a las habitaciones.
-¡Oye!- le grite saltando del sillón y corriendo tras ella.
Había entrado en el cuarto de Edward y estaba sacando algunas de sus camisas del armario.
-¿Qué mierda estás haciendo?- inquirí quitándole la ropa de las manos.
-Estoy buscando algunas de las prendas de Edward para llevarlas a mi casa- dijo entrecerrando los ojos.
-¿Y con el permiso de quien?- pregunté en un siseo.
-De Edward ¿de quién más?- me sonrió triunfante.
Me quitó las prendas de las manos y las guardó en un pequeño bolso.
-Sabes, lamento que estén peleados. Edward no deja de quejarse sobre eso- chasqueó la lengua y se colocó el bolso al hombro-. Por cierto, lamento mucho que se peleara por lo que hicimos en tu habitación- dijo falsamente-. Pero debes de conocer lo semental que puede ser Edward, no pude negarme.
Apreté los puños y conté mentalmente hasta cien. Quise saltar y arrancarle la lengua con mis dientes y quitar uno a uno esos cabellos artificiales.
-Oh, no debes preocuparte por ello- hice un movimiento con mi mano, para restarle importancia-. Yo que tú iría sacando un turno para tu ginecólogo. Encontré algunos bichitos en mi cama.
Le sonreí ampliamente antes de girar y volver a la sala. Debía sentirme orgullosa y ganadora por la batalla de palabras, pero me sentía más furiosa que antes. Ese idiota se estaba quedando en la casa de la barbie mal teñida y le contaba nuestros problemas y como si fuera poco esta venía y opinaba como si fuera un problema más de ella.
Esto se estaba yendo de las manos y por más que quisiera arreglar las cosas con Edward y dejar en el olvido aquella tonta pelea, no podía pasar por alto como él no quería reconocer sus errores. No pensaba dar mi brazo a tocer.
Los días siguieron pasando y cuando menos lo esperé Edward había vuelto al apartamento. Eso significaba que se había peleado con la pelirroja o había decidido hacer las paces de una vez por todas….
Pero me había equivocado.
-¡Hey, Bella!- me llamó Heidi acercándose a mi banco.
-Hola- saludé desinteresada. Nuestra amistad era basada en Edward, "quiero verlo, a cambio te doy…"
-¿Es verdad que Victoria es la novia de Edward?- preguntó Irina sin rodeos.
-¿Victoria?- fruncí el ceño.
-Sí, esa chica con la que está Edward todo el tiempo- rodó los ojos.
-Así que se llama Victoria- dije para mi misma.
-Sí, sí ¿Están saliendo?- preguntó Heidi con exasperación.
-No sé ni me interesa- me encogí de hombros y me marché del aula.
Las escuché cuchichear en cuanto les di la espalda. Por lo que entendía ahora ellas estarían esparciendo los rumores por toda la facultad sobre mi amigo y su nueva amiga permanente. Sinceramente no creía que Edward fuera a tomarla como novia, se escapaba completamente de su tipo.
Alejé los pensamientos de ellos de mi cabeza y caminé hacia la biblioteca donde tenía que hacer un trabajo para sociología. Más allá de mis problemas personales también tenía problemas con la universidad, y me alegraba de estar estudiando ya que si estuviera de vaga mi cabeza maquinaría todo el tiempo y ya habría explotado.
Era media noche cuando la señora de la biblioteca me dijo que era hora de marcharme, que pronto cerrarían el edificio. Quise protestarle y decirle que necesitaba unas horas más, pero su cara agria y mirada afilada me dijo que no debía discutirle. Tomé mis cosas y usé mi camioneta recién arreglada para volver a casa.
La aparqué en el estacionamiento, bajé y subí por el ascensor hacia mi piso. Entré lo más sigilosa que pude. No quería tener una nueva discusión con Edward respecto a mi horario de llegada. Dejé las llaves en la mesita de la entrada y caminé de puntillas. Las luces de la sala estaban encendidas y se escuchaban voces.
Me escondí lo mejor que pude y espié la sala. En el sillón estaban Edward y Victoria, esta estaba subida a su regazo, lamiendo su cuello mientras él estaba recostado mirando el techo…
-No deberías de preocuparte, cariño- murmuró ella levantando la cabeza para mirarlo-. Es una desagradecida, que no tiene en cuenta tus sentimientos por ella.
-¿Sentimientos?- arqueó una ceja mirándola-. Yo no tengo sentimientos hacia Bella. Jamás los tuve y jamás los tendré.
Sentí como si un balde de agua fría se cayera sobre mi cabeza.
-Lamento del pobre diablo del que esté enamorada- suspiró y rozó con sus dedos las mejillas de Victoria-. Yo jamás podría amarla. Es intolerante, molesta, agotadora, jodida, un dolor de cabeza… un grano en el culo.
Victoria se rió y se lanzó a su boca para besarlo.
Yo no podía respirar, sentía que en mi pecho había un enorme nudo que no podía disolver. Mis pies se movieron por si solos y me hicieron retroceder hasta chocar con la puerta, jadeé asustada tomé mi bolso, mis llaves y un abrigo, antes de abrir la puerta y salir corriendo.
Las lágrimas me punzaban los ojos y nublaban mi vista. El nudo había desaparecido y ahora no había nada, solo la sensación de vacío y pánico. Mis pies nunca habían corrido un camino tan largo sin enredarse entre sí y hacerme caer al suelo. Increíblemente colaboraron conmigo y me ayudaron a escapar del edificio y ponerme a salvo dentro de mi camioneta.
Esta arrancó con su particular rugido, que extrañamente era reconfortante, y en menos de un minuto me sacó de la calle de mi apartamento. A medida que manejaba las lágrimas comenzaron a caer y los sollozos no se hicieron esperar.
Pisé el acelerador y el motor se quejó por la exigencia. Mi monovolumen no estaba acostumbrado a correr y menos ahora que estaba recién arreglado. El motivo por el que había quedado aparcados dos años en el estacionamiento fue gracias a Edward. Él me había dicho que no era necesario que llevara mi auto, que él me llevaría y me traería a donde yo quisiera cuando yo quisiera… Y yo era el grano en el culo.
Sus palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza y poco a poco el dolor se fue disipando. Ya no era tan potente, y dejó paso al enojo. Me sentía furiosa, traicionada y dolida, claro. Más allá de escucharlo decir que jamás me amaría, estaba furiosa por calificarme delante de aquella zorra…
Una lucecita verde comenzó a titilar en el tablero del auto, indicándome que la gasolina se estaba agotando. El día de hoy la suerte se había repartido, la mala con darme semejante mal trago con Edward, pero la buena era que no tarde mucho en encontrar una gasolinera.
Aparqué en uno de los puestos y la puse a cargar. Miré a mi alrededor y no había nadie en aquel lugar, solo un viejo que estaba sentado en una silla leyendo el periódico. Mi celular comenzó a vibrar y esta vez miré quien era el que llamaba, para mi sorpresa era Edward. No lo pensé dos veces, corté la llamada y aventé lo más lejos que pude el teléfono.
El tipo de la silla me miró con una ceja alzada.
-¿Tiene teléfono?- le pregunté con las mejillas sonrojadas.
-Ahí- señaló una cabina pública
Le sonreí dándole las gracias y fui hacia el teléfono publico. Le metí un par de monedas y marqué el número de la única persona que podría hacerme un favor en estos momentos.
-¿Diga?- contestó al tercer pitido con voz somnolienta.
-Mamá- aunque intenté sonar fuerte, enojada, la voz se me quebró.
-¿Bella? ¿Qué sucede? ¿Por qué llamas a esta hora?- preguntó un poco más despierta.
-Yo… llamaba para decirte que… que no estoy en Seattle-
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Estás bien? ¿Dónde está Edward? ¡Habla, Bella, me estas asustando!- habló atropelladamente. De fondo pude escuchar la voz de mi padre preguntándole que estaba pasando.
-Mamá, quédate tranquila- suspiré cansinamente-. Estoy perfectamente bien, solo… tuve que dejar Seattle.
-¿Por qué?- preguntó con tono demandante.
-Por motivos que te contaré otro día- dije irritada-. Ahora… hay algo que quiero pedirte.
-Dime- dijo desconfiada.
-No quiero que le digas nada a Edward- le dije lentamente.
-Bella- suspiró aliviada-. Cariño, creo que estas exagerando por una tonta pelea… es normal que peleen, pero lo estas llevando demasiado al extremo.
-No, mamá- dije entre dientes apretados-. Esta no es una tonta pelea más. Si lo fuera no habría tomado la decisión de tomar mi camioneta y alejarme lo más posible de aquel bastardo…- mi voz aumentó el tono a medida que hablaba.
-¿Qué sucedió, Bella?- preguntó tranquila.
-Otro día te cuento- suspiré de nuevo, para tratar de calmarme-. Prométeme que no le dirás nada a Edward ¡Ni siquiera a Esme!- agregué.
-Bien, lo prometo- suspiró.
-De acuerdo- asentí-. Te estaré llamando para hacerte saber que estoy en una pieza, he tirado mi teléfono así que no llames- le advertí.
-Bueno. Cuídate mucho, Bella. Por favor mantenme al tanto de cómo estas- dijo con su tan característico tono maternal.
-Lo haré, no te preocupes. Adiós, mamá.
-Adiós, Bells- saludó y cortó la llamada.
Colgué el teléfono y me le quedé mirando.
Puede que mi madre haya tenido razón en decir que estaba exagerando las cosas con huir de esta manera, pero ella más que nadie sabía cuales eran mis sentimientos por Edward, y ella siempre me decía que debía tener paciencia que él me correspondería. Todos me decían lo mismo.
Pero ahora, lo que menos quería era pensar en él. Ahora tenía un viaje por delante, una nueva etapa a la que enfrentar sola. Con mi camioneta y mi poco dinero. Miré al viejo de la silla y mordí mi labio, el podría ayudarme.
-Disculpe- llamé su atención mientras me acercaba. Él levantó la vista del diario y me miró interrogante- ¿Tiene un mapa que me venda?
El hombre asintió y se metió dentro de la casita, a los pocos segundos me entregó un mapa de todo el estado. Busqué en mi bolso para darle dinero, pero el detuvo mi mano.
-No es necesario- sonrió-. Te lo regalo, no lo necesito- se encogió de hombros.
-Gracias. Pero tengo que pagarle la gasolina- dije buscando el dinero.
-Tampoco es necesario- cerró su mano en mi brazo-. Lo necesitaras cuando te hospedes en un motel.
-Muchas gracias- le dije con sinceridad y corrí hacia mi auto.
Arranqué y saludé al hombre. Quizás mi suerte no era tan mala.
Y si estaba de mi lado como hasta ahora me ayudaría a sacar a Edward Cullen de mi vida.
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